La invitación fue probablemente las más hermosa que tuve: acompañar a las Madres en la marcha 2390 en plaza de Mayo.
Típico jueves de febrero en Buenos Aires, calor total, 15:30 horas. La marcha de las Madres de Plaza de Mayo no saben de fríos ni calores extremos. No saben de achaques ni cansancio. Es jueves, y desde hace 47 años estas mujeres caminan la plaza con sus pañuelos blancos, reivindicando la lucha de sus hijos e hijas, interpelando a los gobiernos que fustigan al pueblo, y manteniendo viva la memoria.
Tuve la suerte de acompañar a estas mujeres en algunas jornadas (que iré compartiendo aquí) y siempre me maravillo con la energía que transmiten. ¿Cómo flaquear ante semejante ejemplo?
Tan sólo había pasado un mes y medio de la asunción de Javier Milei y ya el sesgo autoritario que imprimiría a su gestión quedaba claro. A través de la extorsión a las provincias y con mucha prepotencia se llevaba a cabo un primer intento de convertir en Ley el proyecto conocido como «Bases».
La invitación de las Madres es clara: abandonar la queja pasiva y organizarse, dejar de lamentar la realidad y salir a la calle para transformarla. Eso dijo Hebe una vez más cuando -aún en contra de las recomendaciones médicas- asistió por última vez a la plaza para reclamar una pueblada contra los jueces que condicionan la democracia.
En estos días de incertidumbre y tibiezas, el legado de las Madres, la voz de Hebe, están ahí, en la plaza. Tenemos la enorme oportunidad histórica de acompañarlas, abrazarlas y aprender de ellas.
Fue un gusto enorme verte y escucharte en La Plaza ese día, muy lindo todo lo que dijiste, espero que la planta original que te dio Hebe y los 5 brotes, que ya serán más, estén espléndidos.