En muchos países los gobiernos se preguntan qué hacer para frenar la naturalización de la violencia. en Argentina ocurre a la inversa, el mismo presidente parece decidido a instalar la violencia como lenguaje y política de estado. Las consecuencias son notables a diez meses de gobierno. Javier Milei y sus funcionarios gestionan la violencia, y son responsables absolutos por los hechos acaecidos esta semana. “Después no lloren DDHH y lesa humanidad”, reposteó hace unos días el libertario, por si queda alguna duda. ¿Hace falta preguntarse qué significa eso en boca de un presidente?
La instalación del clima de violencia política en Argentina no sucedió en una semana, ni en diez meses. En los últimos años, a instancias de algoritmos, milicias digitales y plataformas, se legitimaron discursos violentos y estigmatizantes. El fenómeno no es exclusivo de nuestro país ni región, es una de las grandes preocupaciones de Europa y Estados Unidos, especialmente a medida que se acerca la cita electoral que definirá la presidencia entre Harris y Trump.
En algunos países intentaron avanzar -o avanzaron- con legislaciones para regular los discursos de odio y contenidos falsos en la dimensión digital, las empresas resisten. No hay dudas del diálogo que existe entre esa dimensión y la calle.
La legitimación de la violencia discursiva abre la puerta a la práctica. El intento de magnicidio de Cristina Kirchner es el caso que ejemplifica con mayor contundencia esta teoría. La violencia mediática, digital, la planificación de hechos de violencia en redes, se trasladó a la calle con dos disparos, afortunadamente fallidos. Independientemente de la autoría intelectual, los detenidos y sus círculos estaban fuertemente influenciados por discursos replicados en medios tradicionales y redes sociales. No es opinión, se desprende de sus testimonios.
La imagen de Fran Fijap, influencer que forma parte del equipo de Javier Milei -cultores todos ellos de la amenaza “van a correr”- cruzando con largas zancadas la avenida Callao para evitar agresiones, es la síntesis perfecta de una premisa repetida y comprobada hasta el hartazgo: la violencia sólo genera más violencia. Cuando el efecto boomerang se produce, vos también tenés que correr.
La violencia en todas sus formas
Javier Milei practica la violencia en todas sus formas. El respecto irrestricto al proyecto de vida del prójimo y el principio de no agresión quedarán para la próxima. No sólo es la violencia explícita de la represión en la calle, o en sus tuits y discursos poblados de alusiones discriminatorias e insultos. Es la violencia de priorizar un número (que encima resulta ficticio) por sobre el bienestar de la población.
Violencia es un aumento de 11 puntos de pobreza (52,9% en el primer semestre del año según INDEC) desde su llegada al poder, con alimentos sin distribuir, comedores cerrados y precios imposibles en el supermercado.
Un jubilado dirá que violencia es elegir entre comer o comprar medicamentos, o un paciente oncológico señalará lo violento de no recibir las drogas para su tratamiento en tiempo y forma. Un poco más reciente, resulta violento ignorar la existencia o el genocidio de los pueblos originarios reivindicando el “Dia de la Raza”, como hizo ayer el gobierno.